De un tiempo a esta parte, cuando se tratan cuestiones como la situación del país y la inoperancia crónica que parecen adolecer las formaciones políticas tradicionales, se saca a colación el tema del “pasotismo de la juventud española” frente a jóvenes que otros países han mostrado su repulsa hacia la situación actual echándose a la calle. De este modo se transfiere un supuesto poder de cambio a un sector indeterminado de la población, entre 18 y 35 años. “Como nosotros corrimos delante de los grises, ahora os toca a vosotros manifestaros” parece ser la consigna. Estando a punto de cumplir los 30, con una licenciatura universitaria a mis espaldas, fluidez en 2 idiomas y conocimientos de otros 4, supongo que puedo cumplir el perfil de ese ente amorfo llamado “juventud pasota”. Permítanme que aporte algunos matices a esa rotunda afirmación que identifica a juventud con pasotismo.
En primer lugar no creo que la juventud española sea pasota. En los últimos años de la democracia reciente ha demostrado que, cuando la causa lo ha justificado, es capaz de mostrar su rechazo mediante manifestaciones de diversa índole. Siempre se saca a colación que los jóvenes solo se movilizan por el botellón, y sí, puede haber algo de razón en ello, pero nunca se subraya que fueron los jóvenes los que en el último gobierno de Aznar salieron a la calle para intentar frenar la Ley Orgánica de Universidades, para apuntar el carácter ilegal de la guerra de Irak y para mostrar su rechazo al atentado terrorista perpetrado en Madrid el 11 de Marzo de 2004. Los jóvenes salieron a la calle y el gobierno de entonces ignoró por completo sus peticiones. Luego llegaron los socialismos, también con un fuerte apoyo de los jóvenes, vendiendo un cambio de aires… pero ese cambio no llegó a completarse, se cargó las culpas a la “crisis financiera internacional” y los que acabaron pagándolo en mayor medida fueron esos mismos jóvenes que vitorearon a los socialistas en su vuelta a la Moncloa. Mientras se critica la actitud pasiva de la juventud nunca se habla del caso nulo y la consecuente frustración que este colectivo ha experimentado pidiendo acciones concretas para mejorar su acceso a la vivienda, mayor inversión en I + D + I o reformas laborales concretas que desterraran fenómenos como la excesiva extensión de los contratos de prácticas y la escasa repercusión de éstos en la creación de puestos de trabajo estables, peticiones que, cuando la bonanza económica de este país se pregonaba a los cuatro vientos, fueron ignoradas por los diversos gobiernos locales, regionales y también por el gobierno estatal.
En segundo lugar no debería identificarse la abstención en el voto con la falta de movilización. Desde que tengo derecho a voto he ido siguiendo los sucesivos periodos electorales con decreciente ilusión. Como joven formado y preocupado por la gestión política de este país, desde hace algunos años abogo por una evolución en los mecanismos jurídicos de este país para desarrollar las carencias de la democracia que practicamos aquí. De conversaciones que he tenido con otros “jóvenes” puede deducir que no es una convicción exclusiva, si no que está bastante extendida. Para ello deberían modificarse dos aspectos claves: la Constitución y la Ley Electoral. Detenerse a explicar aquí el porqué de la necesidad de esas reformas llevaría demasiado tiempo, pero sirva como argumento decir que la Constitución fue redactada en 1978, en un contexto histórico ampliamente superado a día de hoy. La Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, aunque posterior, también ha quedado desfasada en el tiempo. Si estos dos principios rectores fundamentales que rigen la vida política están tan desfasados, es lógico pensar que también lo está la democracia que practicamos. ¿Por qué no acometer esas reformas pues, permitiendo a la juventud actual participar activamente en ellas? Solo así la participación en el proceso democrático dejaría de limitarse a votar 1 vez cada 4 años. Me temo, sin embargo, que las causas de esa falta de interés por las reformas enlaza con la tercera consideración.
El tercer punto es la desconfianza generalizada de los jóvenes españoles en la clase política actual. Da la impresión que la política ha pasado de ser un instrumento para lograr lo mejor para la ciudadanía a un fin es sí mismo. La visión que se tiene es la del político que está en ello “por la bolsa”. Ya no importan los ciudadanos, solo los votantes. Incluso en ocasiones pareciera que ni siquiera les importan los votantes, si no los grandes grupos de presión que les financian las campañas. El sistema dicta a la ciudadanía cuando la ciudadanía es la que debería escribir el sistema. Este sistema, construido durante años, ha dejado a la juventud un papel residual. Los jóvenes nos hemos dado cuenta de que los que están al mando de la maquinaria no quieren ceder sus asientos, ni siquiera compartirlos. Solo quieren que echemos carbón para que siga funcionando. La partitocracia bicéfala de listas cerradas, el clientelismo, los continuos casos de corrupción y la cerrazón de cara a cualquier propuesta externa que no provenga del interior “del partido” de turno solo sirven para reafirmarme en esta visión.
Los grandes partidos políticos tienen acartonados programas cortoplacistas que no contienen propuestas reales que comparte cada vez más un amplio sector de la ciudadanía y, por ende, de la juventud. Al inicio de la crisis se habló de la necesidad de un cambio de modelo económico. A día de hoy esa tesis ha quedado soterrada. Los jóvenes que crecimos viendo los movimientos antiglobalización, usuarios de las nuevas tecnologías y con un mínimo de conciencia crítica pensamos que los planteamientos ideológicos izquierda/derecha cuya principal preocupación se basa en el crecimiento económico han quedado desfasados y no son válidos para los tiempos que corren. Cuestiones como la ecología, la sostenibilidad, el ejercicio real de la democracia directa, el consumo responsable, las políticas activas de empleo, la trasparencia de las instituciones, el gasto público responsable… deberían tener más peso en la política real. Siendo así, quizá, jóvenes y no tan jóvenes acudirían a votar en masa y comenzarían a involucrarse en el día a día de la gestión política.
Los jóvenes no somos pasotas, los jóvenes estamos adormilados por un sistema que se ha empeñado en decirnos que poco o nada podemos aportar en la gestión pública de los recursos. En Mayo se presenta una nueva oportunidad para dar paso a otras formaciones que entienden la política como algo más que un dictado a la ciudadanía. De momento en Plasencia tendremos la oportunidad de votar a 3 candidaturas además de las que presenten PP y PSOE. Ahora solo queda que nos despertemos y tomemos conciencia de que sí tenemos el poder para el cambio, empezando por leer y evaluar las diferentes propuestas municipales para acudir a votar con criterio el próximo 22 de Mayo. Ahora, la pelota, está en nuestro tejado.
* José A. Huertas es licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
En primer lugar no creo que la juventud española sea pasota. En los últimos años de la democracia reciente ha demostrado que, cuando la causa lo ha justificado, es capaz de mostrar su rechazo mediante manifestaciones de diversa índole. Siempre se saca a colación que los jóvenes solo se movilizan por el botellón, y sí, puede haber algo de razón en ello, pero nunca se subraya que fueron los jóvenes los que en el último gobierno de Aznar salieron a la calle para intentar frenar la Ley Orgánica de Universidades, para apuntar el carácter ilegal de la guerra de Irak y para mostrar su rechazo al atentado terrorista perpetrado en Madrid el 11 de Marzo de 2004. Los jóvenes salieron a la calle y el gobierno de entonces ignoró por completo sus peticiones. Luego llegaron los socialismos, también con un fuerte apoyo de los jóvenes, vendiendo un cambio de aires… pero ese cambio no llegó a completarse, se cargó las culpas a la “crisis financiera internacional” y los que acabaron pagándolo en mayor medida fueron esos mismos jóvenes que vitorearon a los socialistas en su vuelta a la Moncloa. Mientras se critica la actitud pasiva de la juventud nunca se habla del caso nulo y la consecuente frustración que este colectivo ha experimentado pidiendo acciones concretas para mejorar su acceso a la vivienda, mayor inversión en I + D + I o reformas laborales concretas que desterraran fenómenos como la excesiva extensión de los contratos de prácticas y la escasa repercusión de éstos en la creación de puestos de trabajo estables, peticiones que, cuando la bonanza económica de este país se pregonaba a los cuatro vientos, fueron ignoradas por los diversos gobiernos locales, regionales y también por el gobierno estatal.
En segundo lugar no debería identificarse la abstención en el voto con la falta de movilización. Desde que tengo derecho a voto he ido siguiendo los sucesivos periodos electorales con decreciente ilusión. Como joven formado y preocupado por la gestión política de este país, desde hace algunos años abogo por una evolución en los mecanismos jurídicos de este país para desarrollar las carencias de la democracia que practicamos aquí. De conversaciones que he tenido con otros “jóvenes” puede deducir que no es una convicción exclusiva, si no que está bastante extendida. Para ello deberían modificarse dos aspectos claves: la Constitución y la Ley Electoral. Detenerse a explicar aquí el porqué de la necesidad de esas reformas llevaría demasiado tiempo, pero sirva como argumento decir que la Constitución fue redactada en 1978, en un contexto histórico ampliamente superado a día de hoy. La Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, aunque posterior, también ha quedado desfasada en el tiempo. Si estos dos principios rectores fundamentales que rigen la vida política están tan desfasados, es lógico pensar que también lo está la democracia que practicamos. ¿Por qué no acometer esas reformas pues, permitiendo a la juventud actual participar activamente en ellas? Solo así la participación en el proceso democrático dejaría de limitarse a votar 1 vez cada 4 años. Me temo, sin embargo, que las causas de esa falta de interés por las reformas enlaza con la tercera consideración.
El tercer punto es la desconfianza generalizada de los jóvenes españoles en la clase política actual. Da la impresión que la política ha pasado de ser un instrumento para lograr lo mejor para la ciudadanía a un fin es sí mismo. La visión que se tiene es la del político que está en ello “por la bolsa”. Ya no importan los ciudadanos, solo los votantes. Incluso en ocasiones pareciera que ni siquiera les importan los votantes, si no los grandes grupos de presión que les financian las campañas. El sistema dicta a la ciudadanía cuando la ciudadanía es la que debería escribir el sistema. Este sistema, construido durante años, ha dejado a la juventud un papel residual. Los jóvenes nos hemos dado cuenta de que los que están al mando de la maquinaria no quieren ceder sus asientos, ni siquiera compartirlos. Solo quieren que echemos carbón para que siga funcionando. La partitocracia bicéfala de listas cerradas, el clientelismo, los continuos casos de corrupción y la cerrazón de cara a cualquier propuesta externa que no provenga del interior “del partido” de turno solo sirven para reafirmarme en esta visión.
Los grandes partidos políticos tienen acartonados programas cortoplacistas que no contienen propuestas reales que comparte cada vez más un amplio sector de la ciudadanía y, por ende, de la juventud. Al inicio de la crisis se habló de la necesidad de un cambio de modelo económico. A día de hoy esa tesis ha quedado soterrada. Los jóvenes que crecimos viendo los movimientos antiglobalización, usuarios de las nuevas tecnologías y con un mínimo de conciencia crítica pensamos que los planteamientos ideológicos izquierda/derecha cuya principal preocupación se basa en el crecimiento económico han quedado desfasados y no son válidos para los tiempos que corren. Cuestiones como la ecología, la sostenibilidad, el ejercicio real de la democracia directa, el consumo responsable, las políticas activas de empleo, la trasparencia de las instituciones, el gasto público responsable… deberían tener más peso en la política real. Siendo así, quizá, jóvenes y no tan jóvenes acudirían a votar en masa y comenzarían a involucrarse en el día a día de la gestión política.
Los jóvenes no somos pasotas, los jóvenes estamos adormilados por un sistema que se ha empeñado en decirnos que poco o nada podemos aportar en la gestión pública de los recursos. En Mayo se presenta una nueva oportunidad para dar paso a otras formaciones que entienden la política como algo más que un dictado a la ciudadanía. De momento en Plasencia tendremos la oportunidad de votar a 3 candidaturas además de las que presenten PP y PSOE. Ahora solo queda que nos despertemos y tomemos conciencia de que sí tenemos el poder para el cambio, empezando por leer y evaluar las diferentes propuestas municipales para acudir a votar con criterio el próximo 22 de Mayo. Ahora, la pelota, está en nuestro tejado.
* José A. Huertas es licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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